El avión monomotor descansaba oculto en un hangar abandonado, en medio de un denso bosque rumano. La noche anterior había estado cubierta de estrellas, pero la mañana se levantaba con un cielo plomizo. El ambiente dentro de la aeronave era denso. Callado. Nadie reía. Nadie hablaba sin pensar.
Ryuusei observaba el mapa extendido sobre una mesa improvisada, una cartografía marcada con innumerables puntos de interés globales. Estaba rodeado por los demás. Volkhov, serio y con el ceño fruncido, su postura reflejando la tensión de un agente que se siente en terreno enemigo. Aiko, abrazando sus brazos, se mantenía cerca de la escotilla, sintiendo la nueva libertad que venía con el peso de la responsabilidad. Brad, con la mirada distante, como si ya estuviera calculando la próxima montaña que tendría que mover o el próximo enemigo que debería aplastar.
Fue Ryuusei quien rompió el silencio, su voz baja, pero con una resonancia de mando que nadie se atrevió a cuestionar.
—Si vamos todos juntos… vamos a tardar años. La red de posibles reclutas está dispersa por todo el mundo, en todos los continentes, ocultos bajo nombres y vidas falsas. Pero si nos dividimos en equipos de dos, podremos avanzar más rápido. Esta no es una misión cualquiera. Es el inicio de algo que puede cambiarlo todo.
Aiko alzó la voz, con decisión.
—Yo quiero ir con Volkhov.
Volkhov la miró de reojo, genuinamente sorprendido. Ryuusei se quedó inmóvil por unos segundos, el lápiz que sostenía flotando levemente sobre el mapa.
—¿Tú…? —murmuró, con voz baja.
Aiko asintió, cruzando sus brazos. No parecía una broma, sino una decisión meditada.
—Quiero conocerlo mejor. Él entiende la disciplina, entiende el sacrificio, pero también parece tener una forma distinta de ver la vida ahora. Creo que podemos complementarnos en el campo: yo con el instinto y él con el análisis.
Ryuusei asintió despacio. Había esperado, en silencio, que ella se mantuviera a su lado, como siempre lo había hecho desde que la encontró. Pero era hora de aceptar que la nueva etapa exigía nuevos vínculos y más confianza en el juicio de los demás. Miró hacia Brad, quien simplemente chasqueó la lengua.
—Supongo que me tocó el rarito del grupo —dijo con sarcasmo.
—Y yo el cavernícola —respondió Ryuusei, sonriendo apenas, una sonrisa tensa.
Pasaron unos segundos en completo silencio. Ryuusei alzó su mano y sacó de su abrigo un viejo papel doblado, con un nombre escrito a mano.
—A cada grupo les voy a dar una lista de nombres. Una o dos personas. Tendrán que encontrarlas, entenderlas… y convencerlas de que se unan. Nada de amenazas, Brad. Esta misión es de palabras, no de puños.
Volkhov tomó la primera hoja, la leyó, y alzó una ceja.
—¿Y cómo se supone que logremos convencerlos? Todos estos son parias, fugitivos o mercenarios.
Ryuusei los miró fijamente, con el peso de los años de dolor reflejado en los ojos. La luz plomiza de la mañana hacía que su rostro fuera un estudio en claroscuro.
—Díganles que el Hijo del Yin y el Yang los está buscando.
Brad rió entre dientes, sin burla, sino por el absurdo del nombre.
—¿Así te haces llamar ahora? ¿No es un poco dramático?
—No es un apodo —dijo Ryuusei con firmeza, su voz cortante—. Es lo que soy. El equilibrio entre la oscuridad y la luz. No soy un salvador. No soy un demonio. Solo alguien que ha visto ambos extremos… y no quiere que el mundo vuelva a vivirlos.
Aiko frunció el ceño.
—¿Y qué les decimos más allá de eso?
—Cuéntenles la historia —continuó Ryuusei, mientras caminaba alrededor del mapa—. Cuéntenles que esta persona… Ryuusei Kisaragi, se enfrentó al mismísimo Aurion, el Héroe Número Uno del mundo, el hombre con el poder de un sol viviente. Y que, aunque casi muere… sobrevivió. Que no se rindió.
Volkhov lo miró con respeto silencioso. Aiko, en cambio, sintió una punzada en el pecho: no por lo que Ryuusei decía, sino por lo que había tenido que vivir, lo que había tenido que sacrificar para llegar a ser ese "Hijo del Yin y el Yang".
—Díganles que este tal Ryuusei no busca la gloria. Ni la venganza. Él quiere construir una era distinta… una era de paz, donde los poderosos no impongan, y los débiles no se escondan. Donde todos, con diferencias, orígenes o poderes distintos, podamos vivir sin miedo, sin cadenas… sin dueños. La era que los Valmorth quieren destruir con su fanatismo genético.
El ambiente se volvió más pesado, pero también más decidido. Había fuego en las miradas. Por primera vez, no eran solo un grupo de sobrevivientes… eran una semilla de revolución, un manifiesto viviente contra el statu quo.
Ryuusei alzó la vista.
—Si me ayudan… no solo vamos a reunir a los mejores. Vamos a cambiar el mundo.
Y así, el equipo se dividió. Dos caminos. Dos destinos. Una sola meta. El nacimiento del legado del Yin y el Yang.
La nieve apenas tocaba el suelo mientras los motores del avión aún vibraban débilmente. Ryuusei caminaba con paso firme, repasando los últimos detalles de la división de rutas. Mientras tanto, a unos metros del grupo, Aiko y Volkhov caminaban juntos bajo el frío gris del amanecer.
Volkhov no pudo resistir la pregunta que le venía carcomiendo desde hacía minutos.
—¿Puedo saber por qué me elegiste a mí… y no a Ryuusei? —preguntó con voz grave, pero con una leve sombra de inseguridad—. Pensé que él era tu maestro. Una figura… importante.
Aiko lo miró de reojo, deteniéndose justo antes de una escarcha blanca que cubría parte del suelo. Luego sonrió, como si llevara rato ensayando su respuesta.
—Me pareces interesante… además, un poco guapo —dijo sin titubear, con una sonrisa pícara—. Y, bueno… ya me viste desnuda una vez, ¿recuerdas? Supongo que eso crea una extraña confianza.
Volkhov quedó helado, literal y emocionalmente. Por primera vez en años, el agente perfectamente controlado, se sonrojó profundamente.
Aiko se alejó riendo entre dientes, como si esa respuesta hubiera sido un juego casual. Pero Volkhov no se movió de inmediato. Apoyó una mano contra un árbol. Su mente era un torbellino. Concéntrate, Volkhov. Esto es una misión. Solo eso.
Minutos después, el grupo volvió a reunirse. Ryuusei se colocó en el centro del círculo, su mirada era directa, su tono más grave de lo habitual.
—A partir de este momento, nos dividimos —dijo sin rodeos—. Uno a uno es lento. En dúos... tal vez tengamos una oportunidad.
Miró a cada uno con atención.
—Volkhov. Aiko. Ustedes se encargarán de buscar a tres personas.
Desplegó un mapa sobre una superficie metálica, con coordenadas marcadas en rojo:
Arkadi Rubaskoj: Siberia. Se dice que domina la magia, desde invocaciones oscuras hasta manipulaciones dimensionales. "No confíen en su primera cara. Ni en la segunda. Ni en ninguna."
Amber Lee: Hong Kong. Controla el veneno a nivel molecular. Puede paralizar un cuerpo con un simple toque. Inteligente, letal, impredecible.
Sylvan: Finlandia. Tiene el poder de manipular la vida vegetal con un nivel casi divino. Su control sobre la naturaleza le ha permitido hundir pueblos enteros. No es un aliado fácil… pero es necesario.
Aiko y Volkhov asintieron. Ya sabían que su camino sería difícil.
Ryuusei se giró hacia Brad, quien lo esperaba con los brazos cruzados.
—Tú y yo iremos a buscar a otros cuatro.
Señaló el mapa de nuevo:
Kaira Thompson: Bangkok, Tailandia. Su poder es el de controlar personas como si fueran marionetas. Puede manipular cuerpos sin necesidad de contacto visual. "No confundan su belleza con debilidad."
Chad Blake: Michigan, Estados Unidos. Tiene la capacidad de hacer explotar cualquier objeto con solo mirarlo. Inestable, imprevisible, peligroso… pero si se le convence, puede ser una bomba a nuestro favor.
Bradley Goel: Holanda. Un velocista con una velocidad fuera de toda lógica humana. No se le ha podido rastrear bien porque su frecuencia vital fluctúa con el tiempo.
Ezequiel Kross: Algún lugar de Alemania. Su poder es el control del tiempo. Lo detiene, lo acelera, lo regresa. Algunos lo llaman un dios que camina entre mortales… otros, un monstruo que aún no se desató.
El silencio fue absoluto. Volkhov observó la lista de destinos y comentó con una media sonrisa irónica:
—Genial. A volver a Rusia otra vez por Rubaskoj… —comentó con una media sonrisa irónica, que se transformó rápidamente en un gesto de desesperación. De repente, su rostro se contorsionó—. ¡Pero, maldita sea, Ryuusei! ¿¡Por qué no fuimos primero por el mago y luego por el cavernícola!? ¿¡Quién organiza estas mierdas!? ¡Me estoy volviendo viejo y calvo con esta mierda helada! ¡Odio el frío!
Volkhov se agarró de los pelos con ambas manos, emitiendo un gruñido gutural.
Ryuusei lo miró con una expresión de perplejidad forzada, rascándose la mejilla.
—Oh… ¿no lo sabía? Lo siento.
Y antes de que Volkhov pudiera lanzar una catarata de insultos o una bomba de hielo, Ryuusei se echó a reír a carcajadas y salió corriendo a toda velocidad del hangar, desapareciendo entre los árboles, dejando al ex-agente ruso despotricando en medio de la fría mañana rumana.
Aiko soltó una risa ahogada. Brad solo negó con la cabeza, una sonrisa de resignación dibujándose en sus labios. La "era de paz" comenzaba con el caos habitual de su líder.
