El callejón olía a tierra húmeda y a la suave fragancia de las flores descuidadas que colgaban en macetas de paredes de ladrillo viejo. La luz del sol de Bangkok se filtraba entre los edificios altos, dibujando parches de sombra y claridad. Era un remanso improbable de calma en medio del caos urbano, tal como lo habían planeado.
Ryuusei observaba en silencio mientras Brad trabajaba. Con movimientos precisos, Brad moldeaba el suelo y las paredes, manipulando la tierra y la piedra como si fueran una extensión de su cuerpo. El suelo se onduló, la piedra se ablandó, y en el centro del callejón surgió un recinto circular de tierra compacta y piedras pulidas. No parecía una prisión, sino una plataforma ceremonial. En su núcleo, gruesas raíces de tierra formaban suaves ataduras, firmes pero cuidadosas, destinadas a inmovilizar sin causar daño.
—Listo —anunció Brad, sacudiéndose el polvo de las manos. Su control sobre la tierra era silencioso, casi reverente.
Ryuusei asintió. Consultó su comunicador y envió la señal. Ahora, solo quedaba esperar.
En otro rincón bullicioso de Bangkok, el comunicador de Bradley vibró. La señal. Su corazón se disparó a un ritmo imposible, como si su cuerpo ya supiera lo que debía hacer.
La ansiedad lo golpeó como una ola. Su TDAH incendió su mente con mil pensamientos a la vez: el plan, el miedo, Kaira, el terror de arruinarlo todo.
Okay, okay, lugar tranquilo. Agarrarla. Rápido. No asustarla más de lo necesario. Ryuusei dijo: extracción, no secuestro.
Su cuerpo respondió antes que su mente. La energía vibraba bajo su piel. Desde su escondite, localizó a Kaira: estaba sola, sentada en un banco del parque, su expresión serena, casi nostálgica. Esa calma era lo que más lo intimidaba.
Tengo miedo. Mucho miedo, gritaba su mente, pero sus piernas ya se tensaban para moverse.
Activó su poder.
El mundo se congeló. Los colores se fundieron, el sonido se distorsionó en un zumbido grave. Las personas eran estatuas en medio de sus actos cotidianos. El aire mismo parecía espesarse.
Se lanzó hacia ella.
Un borrón, una sombra fugaz. Cruzó el parque como una chispa errante. La vio, captó su expresión lentamente mutando de calma a sorpresa. Extendió su mano y la sujetó.
El "rapto" duró un instante para el mundo, pero fue una eternidad angustiosa para Bradley. Cada paso era un desafío a su autocontrol. Sentía el latido acelerado de Kaira, el choque del viento en su rostro, y el vértigo de la velocidad extrema.
Atravesaron la ciudad como un relámpago distorsionado.
Llegaron al callejón con un golpe sordo de viento. El tiempo volvió a su ritmo normal de golpe. Bradley se detuvo de manera brusca, jadeando, tembloroso. Dejó caer a Kaira, que aterrizó con un grito de susto.
Kaira se incorporó a medias, desorientada, sus ojos llenos de confusión y terror. Antes de que pudiera reaccionar, Brad intervino.
La tierra se agitó y las ataduras brotaron, sujetándola con firmeza. Kaira forcejeó, furiosa.
—¡¿Qué demonios?! —gritó, retorciéndose inútilmente—. ¡Déjenme ir! ¡Sé quiénes son! ¡Están locos!
Intentó activar su poder, buscando controlar alguna mente. Pero el callejón estaba desierto, y las ataduras de tierra parecían absorber cualquier impulso de control mental. Era como intentar nadar en cemento.
Su pánico aumentó.
Bradley la miraba, paralizado por la culpa. Lo había logrado... pero verla así, asustada, lo carcomía.
Ryuusei avanzó, colocándose la máscara del Yin y el Yang. La porcelana blanca y negra relucía bajo la luz fragmentada del callejón.
Kaira lo reconoció al instante.
—Kaira Thompson —su voz resonó profunda tras la máscara—. Soy Kisaragi Ryuusei. Necesitamos hablar.
Kaira escupió las palabras, furiosa:
—¿Hablar? ¿Después de secuestrarme? ¡Están enfermos! ¡Tú eres el fracasado de las noticias!
—Perdí una batalla, no la guerra —corrigió Ryuusei con calma—. Y sí, hicimos esto porque no nos diste otra opción. Usaste a inocentes como herramientas. No podíamos arriesgarnos. Necesitamos que escuches. Sin distracciones. Sin trucos.
Entonces habló. Le contó todo: Aurion, la amenaza inminente, el frágil equilibrio que debía protegerse. La necesidad de un equipo real, uno que no pudiera ser manipulado ni dividido.
Kaira escuchaba, su hostilidad cediendo paso a una cautela creciente.
Ryuusei se inclinó un poco hacia ella, su voz bajando.
—Sé que usas tu poder para protegerte, Kaira. Para controlar un mundo que sientes caótico. Pero... si controlas a todos, ¿alguna vez conectas realmente con alguien?
La pregunta impactó como un disparo silencioso. Bajo su fachada de calma, Kaira sintió algo moverse, algo incómodo y real.
Miró a Ryuusei, a Brad, y a Bradley, que la observaba como quien mira una tormenta atrapada en un frasco de cristal.
Y se dio cuenta de algo: esos extraños no la veían como una pieza que mover, sino como una persona.
La conversación continuó, larga y densa. Cada palabra sembraba una semilla en su mente. Cada silencio, una oportunidad de reflexión.
Finalmente, Kaira respiró hondo.
—Está bien —dijo, su voz más serena—. Me uniré a ustedes.
El alivio recorrió el callejón como una ráfaga invisible. Bradley soltó el aire que había estado conteniendo.
—Buena elección —dijo Ryuusei, quitándose la máscara.
—Pero —añadió Kaira, señalando las ataduras—, esto... sáquenlo.
Brad movió las manos y las raíces de tierra se retiraron, como serpientes regresando al suelo. Kaira se incorporó lentamente, frotándose las muñecas. Esta vez, no intentó usar su poder.
Bradley se acercó, tímidamente.
Kaira le lanzó una mirada rápida. No de resentimiento. De evaluación.
—Así que... somos un equipo ahora —murmuró.
Ryuusei asintió.
—Sí. Y tenemos mucho por hacer.
Habían logrado lo imposible: reclutar a Kaira Thompson, la flor venenosa de la manipulación, la dama de la despreocupación impenetrable. Todo gracias al valor tembloroso de un velocista con TDAH, la fuerza paciente de un domador de tierra, y la voluntad de hierro del Hijo del Yin y el Yang.
La guerra apenas comenzaba.