El aire frío y limpio del bosque ancestral de Alvermont acariciaba sus rostros. No se habían adentrado en la base importante inmediatamente después de reunirse en el claro. En lugar de eso, Ryuusei los guió a un pequeño claro resguardado, donde un fuego crepitaba alegremente y una improvisada mesa (quizás hecha de troncos aplanados o traída por los transportes aéreos) estaba dispuesta con la misma comida abundante y funcional de antes. Era un banquete, sí, pero al aire libre, bajo el vasto dosel del bosque canadiense.
Las vistas eran impresionantes. Los árboles antiguos se alzaban como titanes silenciosos a su alrededor, sus ramas cubiertas de musgo filtrando la luz del sol en haces dorados y verdes. El suelo estaba cubierto por una mullida capa de hojas y agujas de pino, salpicado de pequeñas flores silvestres que añadían toques de color.
El aire olía a tierra húmeda, pino y el humo dulce del fuego. Lejos del caos del Limbo, de las ciudades destruidas o de las bases militares, había una belleza serena y cruda en ese lugar, una paz que parecía inmensamente frágil.
Se sentaron alrededor de la mesa, la inmensidad silenciosa del bosque actuando como testigo de esta extraña reunión. Comenzaron a comer. El sonido del fuego, el susurro ocasional del viento entre las copas de los árboles, y el clank de los cubiertos eran los únicos ruidos. Disfrutaron de la comida, el sustento bienvenido después de los viajes y las tensiones.
Las miradas aún se cruzaban, evaluando a los miembros de la otra facción, pero el acto compartido de comer en ese entorno pacífico mitigaba ligeramente la tensión inicial.
Después de que la primera oleada de hambre fue satisfecha y la comida continuaba a un ritmo más pausado, la necesidad de conocimiento mutuo volvió a surgir.
No fue Ryuusei quien inició las presentaciones esta vez, sino la propia dinámica del grupo, quizás con una mirada de Volkhov a Ryuusei, o la curiosidad palpable de Bradley.
—Está bien —dijo Volkhov, dejando su plato a un lado por un momento—. La llamada dijo que el equipo está completo. Ryuusei dice que debemos conocernos.
Empecemos. Nombres. Edades. Y qué pueden hacer.
Una pausa. Luego, Brad, el hombre de tierra y metal, aceptó el desafío tácito.
—Soy Brad —dijo, con su voz sólida y estable, Tengo 21 años.
—Puedo manipular la tierra y controlar el metal —explicó, y un puñado de tierra cercana se elevó y se moldeó brevemente en el aire antes de volver a caer—.
Una presentación concisa, práctica. Un reflejo de su personalidad.
Siguió Bradley, aún con la emoción de su superación reciente.
—Bradley —su voz era más clara y segura que antes. Tengo 16 años.
—Mi poder es la supervelocidad —dijo, y un leve whoosh de aire lo rodeó por un instante—. Aún descubro qué tan rápido puedo ir. En combate... soy... la 'Bala Humana'.
Kaira habló después, su serenidad era casi inquebrantable.
—Kaira —dijo con calma, su mirada observadora recorriendo los rostros a su alrededor. Tengo 15 años.
—Puedo controlar y manipular las mentes —su voz no cambió, pero la implicación de sus palabras era inmensa—.
Una habilidad que instantáneamente creó una tensión diferente, una conciencia de vulnerabilidad mental entre los presentes. Arkadi asintió lentamente, una chispa de interés en sus ojos.
Chad, sentado con su oscuridad habitual, se presentó con una brusquedad esperada.
—Chad Blake —dijo, masticando un trozo de carne. Tengo 23 años.
—Hago que las cosas exploten —declaró sin más, y una pequeña rama seca cerca del fuego estalló en astillas sin ser tocada—.
Su simple y cruda descripción, respaldada por la demostración controlada de su poder, recordó a todos la fuerza caótica que representaba, la misma que había arrasado su propia vida.
Ezequiel, la anomalía, habló con su voz resonante y antigua.
—Ezequiel Kross —dijo, sus ojos pareciendo mirar a través del tiempo mismo. Tengo 17 años.
—Mi dominio es el tiempo —explicó, y el humo del fuego pareció ralentizarse y acelerarse a la vez por un instante breve y desconcertante—.
Su poder era tan fundamental y extraño que pocos sabían cómo reaccionar más allá del asombro y la cautela.
Las presentaciones del grupo recién llegado concluyeron. Ahora fue el turno del grupo de Aiko, los veteranos que ya se conocían bien entre sí.
—Aiko —dijo la niña, su voz firme a pesar de sus 14 años, sus ojos fijos en Ryuusei con esa lealtad inquebrantable—. Soy buena con la espada. Tengo un modo Berserker que me hace muy fuerte. Me regenero.
Su juventud y la intensidad de su descripción la hicieron destacar, incluso entre este grupo.
Volkhov, el tirador, habló con su calma profesional.
—Volkhov —dijo, su presencia era sólida. Tengo 21 años.
—Maestría en armas de fuego. Nunca fallo.
Su habilidad, simple pero letal en su eficacia, fue clara para todos.
Arkadi, el anciano sabio, habló con un aire de alguien que ha visto mucho.
—Arkadi —dijo, su voz rasposa. Tenía 107 años.
—Soy el Sabio Arcano. Mi poder es la magia. Ancestral.
Su edad y su poder a distancia lo posicionaron como el apoyo místico del grupo.
Amber Lee se presentó con una calma que ocultaba su peligrosa especialidad.
—Amber Lee —dijo, sus ojos observando al grupo—. Tengo 17 años.
—El veneno es mi herramienta.
Su poder era un recordatorio de que no todos los métodos de combate eran frontales.
Finalmente, Sylvan, el arbol viviente.
—Sylvan —su voz profunda resonó, como un susurro de las raíces de los árboles. Tenía más de 98 años.
—Soy un tronco viviente.
Su descripción enfatizó su resistencia y su fuerza bruta, una fuerza imparable en el campo de batalla.
Todas las presentaciones concluyeron. El banquete continuó por un tiempo, las conversaciones fluyendo con una nueva base de conocimiento mutuo. Se hicieron preguntas sobre los poderes, los roces iniciales se suavizaron ligeramente con una apreciación profesional de las habilidades del otro. La desconfianza no desapareció por completo (la paranoia de Ezequiel, la cautela de Kaira, la observación de Amber Lee y Sylvan persistieron), pero ahora había un entendimiento fundamental de quién era cada uno.
Mientras el fuego comenzaba a menguar y el aire de la noche se volvía más frío, Ryuusei se dirigió al grupo, captando su atención una última vez antes de que el banquete llegara a su fin.
—Ahora que saben con quién están —dijo Ryuusei, su voz tranquila pero con un peso que resonaba en la quietud del bosque—, deben saber dónde estamos realmente.
Miró a su alrededor, a los árboles imponentes, a la tierra bajo sus pies.
—Este bosque... —dijo Ryuusei, y una sutil energía pareció emanar de la tierra misma, respondiendo a sus palabras—. Debajo de nosotros... hay una antigua base secreta.
La revelación no fue espectacular, sino calmada y directa. Pero la implicación era inmensa. No estaban simplemente en un claro en medio de la nada; estaban sobre algo oculto y poderoso.
Ryuusei pausó un instante, permitiendo que la noticia se asentara en las mentes de los demás. Luego, añadió la pieza final del rompecabezas, aquella que conectaba este lugar con el mapa robado y su propia historia con los Heraldos.
—No es solo una base —dijo Ryuusei, y en su voz había un matiz de algo antiguo, quizás conocimiento o conexión—. Es una tortuga gigante.
La revelación final de la Tortuga Viviente cayó sobre el grupo como una sorpresa, incluso para aquellos que ya sospechaban de la extrañeza del lugar. Una base secreta dentro de una criatura colosal y viva. Era una revelación que abría la puerta a un mundo de posibilidades y misterios.