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Chapter 144 - Capítulo 33: El Rastro Intensificado

Kaira, pese a todo, mantuvo su compostura. Su rostro, aún pálido de náusea y horror reciente, mostraba unos ojos tranquilos, concentrados. Vio los coches de policía acercarse, sus luces reflejándose como cuchillas en los muros desgastados. Sabía exactamente qué debía hacer.

Sin pronunciar palabra, Kaira enfocó su voluntad. No para forzar a los policías, sino para sembrar en sus mentes una sugestión insidiosa:

Este perímetro está despejado. No hay nada anormal aquí.

Prioridad en la zona portuaria. Urgente. No hay tiempo que perder aquí.

Como si vertiera veneno dulce en sus pensamientos, alteró sutilmente sus percepciones.

Los coches de patrulla, a metros de la entrada de la zona industrial, vacilaron. Las luces rojas y azules destellaban en los rostros tensos de los oficiales. Radios chirriaron. Los vehículos titubearon… y luego, uno a uno, giraron, desviándose hacia caminos laterales. Las sirenas se alejaron, menguando como un eco de pesadilla.

Kaira exhaló con suavidad. Solo entonces permitió que la tensión invisible que había tensado su espalda se deshiciera en un leve temblor.

Ryuusei, observando la escena, se volvió hacia ella con una calma pesada.

—Bien hecho, Kaira —su voz, baja y firme, caló hondo en ella, más cálida que cualquier alabanza ruidosa.

Kaira, a pesar del estremecimiento residual en su cuerpo, sintió el orgullo encenderse dentro. Le devolvió la mirada, un brillo contenido en sus ojos. Quiso responder con indiferencia, pero su voz tembló apenas:

—Era... obvio. Mejor que nos ignoraran antes de que el olor los atrajera.

Una sonrisa leve asomó en sus labios, la primera desde que todo se había teñido de sangre. Volvió a mirar a Bradley, quien temblaba aún, su rostro arrugado por el terror, humillado en su debilidad.

Se adentraron en la zona industrial.

La atmósfera cambió como si hubieran cruzado un umbral invisible. Hormigón agrietado, chatarra oxidada, oscuridad pegajosa. El olor era asfixiante: una mezcla de humedad rancia, grasa de maquinaria y algo más penetrante, ácido... algo que olía a muerte expuesta durante días.

Al principio, el rastro era sutil: paredes resquebrajadas, explosiones internas evidentes en el patrón de grietas. Pero pronto, la verdadera obra de Chad Blake se desplegó ante ellos.

En el interior de una nave destruida, encontraron restos.

Pero no eran simples fragmentos.

La carne estaba adherida a las paredes como si hubiera sido esparcida a presión. Piezas de huesos blanqueados asomaban de masas informes de tejidos negros, aún brillantes de humedad. Trozos de órganos aplastados decoraban el suelo como una alfombra sangrienta, mientras la sangre reseca formaba mapas grotescos sobre el concreto. Una lengua, aún pegajosa, colgaba de una viga de acero torcida.

Bradley apenas alcanzó a dar dos pasos antes de vomitar violentamente contra una pared oxidada. Se dobló sobre sí mismo, jadeando como un pez fuera del agua, el vómito mezclándose con sus lágrimas.

Kaira, paralizada, sintió que su estómago se retorcía como si tuviera serpientes dentro. Se llevó ambas manos a la boca, temblando, mientras los bordes de su visión se oscurecían. No podía apartar los ojos. Era como si el horror la devorara desde adentro.

—Es... es peor... —sollozó Bradley, su voz rota en fragmentos, más niño que hombre.

—Lo sé... —susurró Kaira, casi inaudible, sintiendo el sabor salado del miedo en su garganta.

Ryuusei y Brad se movían entre los restos como cirujanos de guerra, imperturbables. Ryuusei inspeccionaba las marcas de explosión en el concreto, pasando su dedo enguantado por un cráter sanguinolento. Brad aseguraba el perímetro, su rostro endurecido como piedra.

—El patrón se mantiene —dijo Ryuusei, como si comentara el clima—. Expansión interna. Fuerza brutal. Ninguna evidencia de artefacto externo. Es puro descontrol.

Brad lanzó una mirada fría a Kaira y Bradley.

—Si no se endurecen, morirán —escupió, sin suavidad—. Esto es el principio.

Las palabras cayeron como un mazazo. No había compasión aquí. Solo hechos.

Continuaron avanzando.

Y el infierno solo empeoraba.

Pasaron junto a máquinas trituradas como papel. Un brazo humano, aún vestido con la manga de un uniforme de seguridad, colgaba de un gancho industrial, goteando fluidos en una pila de escombros. Más adelante, una pierna amputada, de rodilla a tobillo, descansaba en un charco viscoso de sangre que aún humeaba levemente. Los zapatos se encontraban a veces más arriba en las paredes, como lanzados por una explosión infernal.

Kaira comenzó a percibir un zumbido en sus oídos. Un zumbido de miedo puro, que amenazaba con tragársela. Cada paso era una batalla contra el impulso de huir gritando.

Bradley, al borde de un colapso, tiritaba de forma visible. No era solo miedo; era terror puro, paralizante. Se encogía cada vez que el viento arrastraba un trozo de tela ensangrentada a su paso.

Kaira, luchando contra el impulso de caer de rodillas, encontraba una fuerza débil en observar a Ryuusei. Su imperturbabilidad era como un faro. No titubeaba ante la visión de cuerpos desmembrados o los gritos silenciosos impresos en las paredes de carne arrancada.

Él era la calma en medio de la tormenta.

Y esa calma, en contraste con la pesadilla a su alrededor, se volvió para Kaira no solo admirable, sino magnética.

El rastro de Chad Blake se hacía cada vez más reciente.

Los muros de ladrillo estaban ennegrecidos de explosiones recientes. Las fábricas más grandes vibraban con un eco lejano, como si algo inhumano respirara en su interior. Estaban acercándose.

Y Kaira, mientras avanzaban entre fragmentos de pesadilla y sangre seca, entendió que la verdadera monstruosidad de Chad aún no se había revelado. Lo que habían visto era solo el preludio de un horror más profundo, más cruel, esperándolos en el corazón podrido de aquella ciudad industrial abandonada.

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