Ficool

Chapter 30 - “Bienvenido a la Realidad, Idiota”

El sonido de su estómago rugiendo fue tan fuerte que hasta los pájaros huyeron de los árboles cercanos.

Hideki, empapado, sucio y con cero dinero en el bolsillo (o lo que fuera que ahora usara como ropa medieval de baja calidad), caminaba cabizbajo hacia una aldea lejana que divisó en el horizonte.

—Genial, Hideki... ni bien llegas y ya eres un indigente dimensional —murmuró para sí mismo—. ¿Dónde están mis benditas cheat skills? ¿Mis benditos poderes de "seducción letal"? ¿Mis siete espadas mágicas?

¡Nada! ¡Ni siquiera un triste tutorial de bienvenida!

El "Sistema" parpadeó frente a sus ojos.

Sistema activado: "Modo Supervivencia (Pobreza Extrema)"

—¿¡Modo qué!? —exclamó, leyendo incrédulo.

Antes de que pudiera insultar al sistema, una ventana adicional apareció:

Consejo amistoso: "Para no morir de hambre, consiga trabajo, robe o gane una pelea.

Recordatorio: la prostitución no está disponible para usuarios nivel 1."

Hideki quedó mudo.

—¿¡Qué clase de sistema demente es este!?

Sus tripas rugieron de nuevo.

No tenía opciones.

Así que apretó los puños, respiró hondo, y declaró con heroísmo:

—¡Hoy... Hideki, el Destructor de Aldeas, conseguirá su primera manzana robada como todo un hombre!

Una ráfaga de viento levantó su capa caída de forma dramática, pero todo el efecto se arruinó cuando un pedazo de barro le golpeó la cara.

Así comenzaba la leyenda... de la forma más lamentable posible.

Mientras arrastraba los pies hacia la aldea más cercana, Hideki intentaba no pensar en el hedor que impregnaba el aire, o en las miradas sospechosas que sentía desde los árboles.

—La Isla de los Marginados, ¿eh? —gruñó—. El lugar donde hasta un gato callejero podría venderte por dos monedas de cobre.

El primer "mercado" que encontró era una triste explanada llena de puestos improvisados. Gente con aspecto de saqueadores, brujos venidos a menos y campesinos con más cicatrices que dientes se amontonaban, vendiendo desde verduras medio podridas hasta armas oxidadas.

Y ahí estaba...

La manzana más roja que había visto jamás.

Sobre un puesto mugriento, una anciana siniestra la ofrecía, mientras una rata viva se paseaba encima del resto de la mercancía.

Su estómago rugió tan fuerte que la anciana lo miró.

—¿Qué quieres, mocoso? —escupió.

Hideki tragó saliva. Pensó rápido: diplomacia primero, robo después.

—Querida señora de... noble linaje —dijo, esforzándose en no vomitar por el olor—, ¿podría tener el honor de adquirir una de sus frescas, jugosas y no infectadas manzanas?

La anciana lo miró como si acabara de decirle que era una princesa.

—¡Una manzana, dice! ¡Bah! Eso cuesta **tres monedas de plata, dos favores, y una noche en el calabozo si no pagas!

Aquí no regalamos nada, sucio extranjero.

Hideki parpadeó.

¿Tres monedas? ¡Si ni siquiera tenía una!

Pensó en usar su “Sistema”, pero otra ventana apareció:

Sistema bloqueado hasta completar "Primera misión de subsistencia: Consigue tu primera comida".

—¡¿Ni siquiera puedo hacer trampas todavía!? —gritó hacia el cielo.

La gente lo miró como si estuviera loco... o peor, como si fuera fácil de robar.

Una opción desesperada cruzó su mente.

Una opción ruin, vil, indigna de todo héroe.

Robarla.

Hideki respiró hondo.

—Está bien, Hideki... tú puedes. No será la primera ni la última vez que fallas en algo humillante.

Con sigilo, alargó la mano hacia la manzana...

...y la anciana le metió un bastonazo en la frente tan fuerte que vio la vida pasar frente a sus ojos.

—¡Aquí no se roba, basura!

Cayó de espaldas al suelo, mientras un grupo de niños mugrosos se acercaban a reírse de él, señalándolo como si fuera el espectáculo del día.

Así comenzó su primera lección: en la Isla de los Marginados, hasta las abuelitas son más fuertes que tú.

Mientras seguía arrastrándose entre la escoria del mercado, una voz melódica lo llamó.

—¿Te encuentras perdido, viajero?

Al voltear, Hideki sintió que su alma quiso salir de su cuerpo... pero esta vez de la forma buena.

Frente a él estaba una belleza de cabellos negros, piel tan blanca como la luna, y un vestido ajustado que claramente no seguía el código de vestimenta de la miseria local. Sus ojos violeta parecían brillar con un matiz seductor.

—S-Sí —balbuceó Hideki, recobrando apenas la compostura—. Me... perdí. Y estoy... hambriento. Y humillado. Y probablemente oliendo peor que un demonio.

Ella soltó una risa musical.

—Pobre alma... Permíteme ayudarte.

Te invito a mi refugio. Allí tendrás comida, descanso... y quizás algo más —agregó, guiñándole un ojo.

Hideki sintió que todos los animes de su vida le habían preparado para este momento.

¡Por supuesto que aceptaría!

—¿Puedo saber tu nombre, hermosa dama? —preguntó, poniendo su mejor sonrisa de "príncipe caído en desgracia".

Ella sonrió también, de una forma casi triste.

—Llámame Lilith.

(Oh, claro, qué nombre absolutamente inocente, pensó una parte minúscula de su cerebro antes de ser aplastada por el entusiasmo).

Caminaron juntos hacia las afueras de la aldea, hacia un pequeño bosque donde Lilith aseguraba que su "refugio secreto" estaba oculto. Hideki, obnubilado por la belleza de su guía y por su estómago vacío, no pensó en nada más.

Al llegar, Lilith le ofreció un brebaje "para recuperar fuerzas".

Sabía un poco raro, pero Hideki lo bebió como si fuera el elixir de los dioses.

—Tranquilo —susurró Lilith, acariciándole el cabello con una ternura casi maternal—. Descansa... ya estás a salvo.

El mundo comenzó a girar.

Su cuerpo perdió fuerza.

—¿Qué... qué me diste...? —balbuceó.

Lilith sonrió. Una sonrisa cruel. Inmisericorde.

—Paz eterna.

Antes de que pudiera reaccionar, Hideki sintió un dolor lacerante atravesar su estómago. Bajó la vista, y vio una daga negra clavada hasta el mango en su abdomen.

Sangre caliente brotó, tiñendo de rojo sus ropas andrajosas.

Intentó moverse, decir algo, pero otro puñalazo le atravesó el costado.

Y luego otro.

Y otro.

Cada apuñalada era un latigazo de dolor insoportable.

Cada puñalada le arrancaba un grito ahogado que ni siquiera sus pulmones parecían poder sostener.

—¿Creías que en este mundo alguien te ayudaría gratis, idiota? —susurró Lilith en su oído mientras lo apuñalaba de nuevo, esta vez directo en el pecho—. Bienvenido a la Isla de los Marginados.

Sus piernas fallaron.

Cayó al suelo de rodillas.

La tierra fría recibió su cuerpo, y sus últimos pensamientos no fueron de gloria, ni de nobleza.

Fueron de humillación. De rabia. De dolor crudo. De una verdad brutal: este no era un sueño.

Antes de que sus ojos se cerraran, vio la figura de Lilith alejarse, silbando una canción alegre.

Así, murió Hideki.

Solo, traicionado, miserable.

Bienvenido al verdadero comienzo.

More Chapters